Foto realizada por mi padre Manuel Suárez |
Llevaba tiempo preparándose y por fin llegó el momento. Las miradas estaban puestas en él, lo que le hacía sentirse a ratos incómodo, a ratos orgulloso. Desde muy temprano el cielo de su pueblo llamaba a despertarse, ganándole la carrera al sol y él, que apenas pudo cerrar los ojos para relajar la mirada, ya se había ataviado para la ocasión. Poco a poco y con paso lento se dirigió hacia la carreta. ¡Qué engalanada! Papeles de colores perfumados, flores de papel coloreadas, carretas que se visten de flamenca para acompañar a nuestra Virgen del alma.
El camino inicia su viaje, su peregrinar hacia la Ermita. Todo es alegría, todo es color mezclado con aromas variopintos a nardos, a cohetes, al algodón de azúcar de ese niño que inquietante espera la llegada de su virgen. Y que no falte la guitarra, las voces acompasadas y las palmas que, incansables, siguen el ritmo de rumbas y sevillanas.
Pero él, sin voz para cantar, sin manos para tocar, sigue el camino lento, tranquilo, callado y obediente y piensa: “Mi Virgen de Valme irá otro año más a Cuarto”.
Consolación Suárez Muñoz
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